27 de mayo de 2016

Las relaciones "rebote"

Hay personas que, para evitar sentirse solas o intentar tapar vacíos, acostumbran a saltar de una relación a otra sin dejar pasar suficiente tiempo entre ellas. Sin tener que llegar a ser infieles, pueden tantear otras opciones si sienten que han dejado de querer a quien tienen al lado o que simplemente no es lo que esperaban. Su objetivo final es estar sin pareja el menor tiempo posible. Cuando terminan una relación ya tienen el camino allanado para la siguiente.

Por lo general, este comportamiento corresponde a meros intentos de rellenar profundos vacíos, que pueden haber sido originados por una relación pasada o por carencias afectivas que se experimentaron durante la niñez. Es habitual también que las relaciones "rebote" se utilicen para tratar de aliviar el dolor que supone una ruptura. Tener intimidad con alguien nos da a todos un sentimiento de seguridad y es un refuerzo para nuestra autoestima. Aquellos que solo son capaces de sentirse así a través sus relaciones, pretenderán alcanzar en muy poco tiempo el mismo nivel de intimidad que tenían con su ex-pareja con alguien que prácticamente acaban de conocer. Por este motivo querrán acelerar el ritmo de la relación, comportándose y hablando de temas más propios de un vínculo ya consolidado que de dos personas que están empezando a descubrirse.

Cuando se produzcan vacíos en nuestra vida debemos aceptarlos, sentir la tristeza por la pérdida y dejar pasar el tiempo necesario para curar esa herida de una manera sana, haciendo las cosas que nos gustan y rodeándonos de nuestros seres queridos, que nos darán todo su cariño y apoyo. Recurrir a las vías rápidas para tapar estos agujeros emocionales (comida, drogas, sexo, etc.) puede ayudarnos a no pensar en ello momentáneamente, pero la pena seguirá latente y saldrá al exterior cuando menos lo esperemos, impidiéndonos ser plenamente felices.


19 de mayo de 2016

Falsas ilusiones

Existe la creencia generalizada de que si nuestra pareja nos habla de un futuro en común es porque realmente tiene intenciones de permanecer a nuestro lado, pero no siempre es así. Cuando estamos a gusto con alguien que nos propone ir juntos de vacaciones, conocer amigos y parientes o incluso llega a comentar la posibilidad de formar una familia el día de mañana, es lógico que empecemos a ilusionarnos con haber encontrado por fin a la persona que estábamos buscando. Y de pronto, cuando todo parecía ir bien, la relación se termina. Nos sentimos como si hubiéramos estado dando vueltas en un carrusel que de pronto se ha parado en seco. A partir de ese momento comenzaremos a cuestionar toda la relación porque no entendemos qué ha sucedido y nos resultará difícil distinguir si hubo algo real o fue todo una farsa.

Hay personas que no tienen reparos en fingir planes de futuro si con ello pueden obtener lo que quieren de nosotros en el presente, ya sea dejar de sentirse solos, alimentar su ego o tener sexo asegurado. También hay quienes se creen sus propias mentiras y entran en un bucle de falsas ilusiones al que también arrastran a sus parejas y cuando por fin pisan tierra y se dan cuenta de que la relación no es lo que han idealizado en su mente abandonan a la otra persona, quien no dejará de preguntarse qué ha podido suceder para que se produzca un cambio tan radical en tan poco tiempo. Es probable que no ocurriera nada, simplemente que quien se dejó llevar por las ilusiones aterrizó de nuevo en la realidad.

Para los que deseamos encontrar esa persona especial con la que compartir nuestra vida y diseñar un mañana juntos puede resultar difícil protegernos ante estas situaciones, pero sí debemos estar alerta ante quienes no reflejan con sus acciones lo que declaran con sus palabras. La sinceridad no consiste en expresar todo lo que uno opina, sino en no decir nunca aquello que no se piensa o se siente de verdad.



12 de mayo de 2016

El miedo (II). Aprender a gestionarlo

En una entrada anterior ya escribí sobre algunas de las circunstancias más típicas que nos pueden llevar a sentir miedo. La mayor parte de ellas son situaciones que seguramente se presenten varias veces a lo largo de nuestra vida y no por ello dejaremos de tener ese sentimiento cuando vuelvan a producirse. Si nos aterra volar pero finalmente nos decidimos a coger un avión no significa que hayamos perdido el miedo. El temor sigue ahí, pero estamos aprendiendo a manejarlo y a que no limite nuestra vida.

Es fundamental que tomemos conciencia de las cosas que nos asustan, para que cuando nos enfrentemos a ellas no nos dejemos llevar por el pánico y respondamos de una forma racional. Para afrontar nuestros miedos primero tenemos que conocerlos y aceptarlos.

El miedo mal gestionado puede llegar a paralizarnos y jugarnos malas pasadas, por eso es importante estar atentos y saber cómo reaccionar cuando comencemos a sentirlo. Si nos asusta hablar en público tenemos dos opciones: evitarlo en la medida de lo posible (no siempre podremos hacerlo) o ponernos manos a la obra para intentar manejarlo adecuadamente. Lo más efectivo para superar cualquier miedo (aunque como he dicho antes lo normal es que no consigamos hacerlo del todo) es ir enfrentándolo poco a poco. 

En el ejemplo de hablar en público, podemos empezar ensayando una presentación en voz alta varias veces y cuando hayamos cogido confianza pedirle a algún amigo o familiar que nos escuche y nos dé su opinión. La clave está en adquirir seguridad y en que cuanto más nos familiaricemos con las sensaciones que experimentamos en esas circunstancias (sudor de manos, temblor de voz, sequedad de boca,...) menos nos van a afectar y podremos poner además medios para evitarlas o al menos mitigarlas (beber agua, hacer las pausas necesarias, ensayar previamente, etc.). 

Conforme vayamos enfrentando situaciones que nos parecían imposibles cuando el miedo nos paralizaba, nos daremos cuenta de que podemos conseguirlo y eso nos dará la determinación necesaria para hacerlo más veces. No podemos controlar las emociones que nos sobrevienen, pero sí podemos decidir qué hacer con ellas. El miedo nos puede inmovilizar, pero también nos puede llevar a mejorar algo en nuestra vida. En muchas ocasiones, las situaciones que más nos asustan nos traen experiencias muy gratificantes: unas estupendas vacaciones después del temido viaje en avión o el aplauso del público al finalizar nuestra presentación pueden ser buenos ejemplos de ello.