31 de diciembre de 2015

Cuestión de actitud

A lo largo de nuestra vida todos experimentamos momentos difíciles, pero lo que para alguien representa una tragedia otra persona puede verlo como algo de fácil solución. Es únicamente nuestra opinión sobre las circunstancias la que condiciona nuestro estado de ánimo, no las circunstancias en sí mismas. Pase lo que pase, siempre podemos elegir ser felices.

A menudo nos centramos en la parte negativa de las cosas y olvidamos todo lo bueno que tenemos a nuestro alrededor. Si queremos encontrar la felicidad tenemos que buscarla de forma adecuada y es muy probable que la tengamos mucho más cerca de lo que creemos, basta con que aprendamos que cada cosa que nos sucede siempre tiene un efecto positivo en nuestra vida, aunque sea algo que en ese momento no consigamos ver. Cada experiencia que vivimos, ya sea buena o mala, siempre nos enseña algo que nos permite evolucionar. Una forma de afrontar las tragedias es intentar buscar siempre algo positivo, algo que tenga cierto significado en el dolor que nos aflige.

Merecemos todo lo mejor que la vida puede ofrecernos y eso es lo que debemos esperar de ella. Nuestra actitud es lo único que determina nuestra felicidad. Para ser felices no necesitamos más dinero ni una casa más grande ni un trabajo mejor, todo lo que tenemos que hacer es cambiar de actitud.


10 de diciembre de 2015

Separarnos de nuestros padres

Para poder convertirnos en auténticos seres individuales y libres, cuando llegamos a la edad adulta tenemos que romper en cierta medida los lazos que hemos tenido con nuestros padres en nuestra niñez y adolescencia. Si hemos estado muy apegados a alguno de nuestros progenitores durante mucho tiempo podemos llegar a sentirnos como una extensión de ellos mismos, sacrificando incluso nuestra propia felicidad para garantizar la suya. Diremos entonces que los hijos no evolucionan porque sus padres no se lo permiten, o al menos no les animan a hacerlo. 

Es principalmente en las relaciones madre-hija donde se establece este tipo de estancamiento y generalmente se produce porque nuestras madres tampoco recibieron de las suyas el aliento para que vivieran su propia vida, y así generación tras generación. La cultura en la que vivimos nos enseña que las mujeres tienen las funciones de cargar con el dolor y de cuidar emocionalmente de los demás, y podemos llegar a sentirnos culpables si no las llevamos a cabo. Es ese sentimiento de culpa u obligación el que en ocasiones nos mantiene atadas a nuestras madres. 

Muchas mujeres se pasan la vida esperando que sus madres les empujen a vivir por ellas mismas, cuando estas son incapaces de hacerlo porque nadie puede dar lo que nunca recibió. En estos casos debe ser la hija quien decida ser responsable de sí misma y romper así con un sistema enfermo que tampoco permite a las madres seguir su propio camino. 

Esta ruptura inicialmente puede provocar algún conflicto, pero a la larga servirá para hacer el vínculo más sano y auténtico. Una cierta separación será el comienzo de nuestra verdadera libertad e individualización y nuestros padres finalmente se alegrarán por ello, aunque para conseguirlo se haya producido algún terremoto en el sistema familiar.



4 de diciembre de 2015

Reflejo de nuestro interior

La forma en que nos vemos a nosotros mismos no tiene por qué coincidir con la imagen que proyectamos hacia el exterior. Esto en parte se debe a que no siempre decimos lo que pensamos y a que en ocasiones nos comportamos de forma diferente a como nos sentimos realmente. Las acciones hablan por sí solas, de nada servirá definirnos de una determinada manera si nuestros actos dicen lo contrario. Si aseguramos ser leales pero traicionamos a la gente, o decimos ser cariñosos y nos mostramos ariscos con quienes tenemos a nuestro alrededor... Lo que transmitimos con nuestro comportamiento prevalece siempre a lo que comunicamos con palabras, y eso va a influir definitivamente en la percepción que los demás tienen de nosotros.

Si no hay concordancia entre lo que pensamos, sentimos, decimos y hacemos, estaremos sometidos a una gran tensión, ya que tendremos que vigilar que todo lo que mostramos hacia afuera encaje con la imagen que queremos dar en un determinado momento, aunque esta no tenga nada que ver con lo que albergamos en nuestro interior. Obviamente esta es una tarea extenuante que no puede sostenerse durante mucho tiempo. 

Es positivo que aspiremos a mostrar siempre la mejor versión de nosotros mismos, pero no merece la pena mostrarnos de una forma diferente a como somos realmente con el único objetivo de ser aceptados. El problema fundamental se da cuando somos nosotros los que no nos aceptamos, autocensuramos nuestra forma de pensar o nuestros sentimientos, los juzgamos como negativos y los escondemos por temor a que el resto del mundo los vea de la misma manera. Los sentimientos no son ni buenos ni malos por sí mismos, no pasa nada por sentir miedo, tristeza, rabia, dolor,... Todos son sentimientos propios del ser humano. Otra cosa es cómo reaccionamos cuando aparecen, pero si aprendemos a identificarlos y los aceptamos, sin duda podremos hacerlo de una forma más controlada.

Una vez que hayamos identificado y aceptado el sentimiento podremos expresarlo si lo consideramos oportuno, pero no dejemos de hacerlo por temor a lo que puedan decir o pensar los demás. Decir lo que pensamos y expresar cómo nos sentimos es una forma muy sana de relacionarnos, siempre que lo hagamos desde el respeto.